viernes, 1 de agosto de 2008

Segundo Discurso del Arzobispo de Canterbury a la Conferencia de Lambeth

29 de Julio 2008

“¿Qué va a decir Lambeth ´08?” es la pregunta que asoma cada vez más visiblemente en el horizonte, a medida que pasan los días de esta última semana. Pero antes de intentar presentarles mis reflexiones sobre ese tema, quisiera tocar la pregunta previa, una pregunta que también podría expresarse como “¿Desde dónde va a hablar Lambeth 2008?”. Y yo creo que, si podemos responder a esa pregunta adecuadamente, entonces habremos fijado algunos fundamentos para cualquiera sea el contenido.

Y la respuesta, espero, es que hablemos desde el centro. Y no me refiero a hablar desde un punto medio entre dos extremos -esa opción solamente crea otro tipo de alineaciones políticas. Quiero decir que deberíamos tratar de hablar desde el corazón de nuestra identidad como Anglicanos, y en última instancia, hablar desde ese centro más profundo que es nuestra conciencia de vivir en, y ser, el Cuerpo de Cristo.

Estamos aquí, seguramente, porque creemos que hay una identidad Anglicana, y que vale la pena invertir nuestro tiempo y esfuerzo en ella. Mi esperanza es que al menos parte de las experiencias de esta Conferencia habrán reforzado ese sentir. Y es también mi esperanza que todos reconozcamos que el único modo, responsable y Cristiano de involucrarnos con quienes no están aquí, es precisamente hablando desde ese centro en Jesucristo, donde todas nuestras vidas son sostenidas y encuentran su sentido.

Y, como sugerí en mi Discurso de Apertura, ese hablar desde el centro requiere hábitos y prácticas y disciplinas que implican demandas para todas las partes –y no porque se esté imponiendo algo extraño y ajeno, sino porque todos sabemos que solamente podremos mantenernos enfocados en ese centro si nos respetamos y escuchamos unos a otros, controlando ese instinto natural, en todos nosotros de aferrarnos a una dimensión única de la verdad revelada. Hablé sobre concilio y pacto como la forma que veo de poder avanzar juntos. Y con esto me refiero, primero, a que necesitamos un poco más de estructura en nuestras relaciones internacionales, para así proveer una guía clara sobre qué sería y qué no sería un curso de acción gravemente divisorio por parte de una iglesia local. Si bien ahora el centro de este tipo de pregunta es el tema de la sexualidad humana, podría muy bien ser el caso de presiones para la adopción de una nueva fórmula bautismal, el abandono de una referencia formal al Credo de Nicea en las declaraciones de iglesias locales; podría ser un grado amplio de variación en la práctica sacramental –sobre los elementos de la Eucaristía, o sobre la presidencia laica; podría ser la incorporación regular a la liturgia de textos no Escriturales, o aún de material que no sea parte de la tradición Cristiana.

Algunas de estas cuestiones tienen una respuesta bastante clara, pero otras están abiertas a una necesidad mayor de discusión; y parece obvio que un cuerpo que inspire verdadera confianza y cuya autoridad sea reconocida, nos podría ayudar muchísimo. Pero los puntos esenciales aquí son confianza y autoridad. Si desarrollamos una capacidad tal en nuestras estructuras, como Comunión necesitamos llegar a un acuerdo sobre qué tipo de peso tendrán sus decisiones; otra razón para la conveniencia de un acuerdo pactado.

Hay quienes han expresado su desacuerdo con el ´legalismo´ que implica un pacto. Pero debemos tener claro que la ley buena tiene que ver con garantizar la consistencia y justicia en una comunidad; y también que en una comunidad como la familia Anglicana, solamente puede funcionar cuando es libremente aceptada. Bien entendido, el pacto es una expresión de mutua generosidad –ciertamente, ´amor generoso´, para citar el título de un excelente documento sobre cuestiones inter-religiosas, que discutimos ayer. Y podríamos recordar esa poderosa imagen que nos ofreció el Rabino Jonathan Sacks -´Pacto es la redención de la soledad´.

Generosidad mutua: parte de lo que esto significa es encontrar aquello que la otra persona o grupo está realmente diciendo y realmente necesitando. El proceso de estos últimos diez días fue diseñado para ayudarnos a encontrar algo de esto –de manera que, cuando consideremos cuestiones que nos dividen, hayamos creado lo suficiente de una comunidad para que una generosidad inteligente pueda nacer. No es en forma alguna un acuerdo completo sobre todos los temas posibles, pero sí habrá logrado, es mi esperanza, fortalecer el sentido de que al menos tenemos un lenguaje común, nacido de la convicción de que Jesucristo sigue siendo el único centro.

Y como parte de esa convicción, ¿qué es lo que hemos escuchado? Ahora quiero intentar un ejercicio que podría ser visto como presumido –y seguramente se siente como muy arriesgado. Quiero imaginar qué es lo que las personas que se encuentran en los distintos lados de nuestro más doloroso debate actual esperan que los otros hayan escuchado o están comenzando a escuchar en nuestro tiempo en común. Quiero imaginarme cuáles serían los mensajes fundamentales, dentro de una atmósfera de paciencia y caridad, de aquellos en nuestra Comunión que adhieren a una clara y tradicional convicción doctrinal y moral, y también de quienes, partiendo de ese mismo centro, tienen menos o ningún problema con algunas innovaciones recientes. Aunque estas voces están inevitablemente enraizadas en la experiencia del mundo en desarrollo y de Norteamérica, las divisiones también se encuentran internamente en muchas otras provincias.

De manera que, en primer lugar, ¿qué podría esperar el creyente tradicional que hayan escuchado otras personas? “Lo que buscamos hacer en nuestro contexto es transmitir fielmente lo que ustedes nos entregaron –Sagradas Escrituras, ministerio apostólico, disciplina sacramental. Pero, ¿qué podemos pensar cuando estas cosas parecen estar siendo cuestionadas, o aún revertidas? Queremos ser pastoralmente cuidadosos con todos, ser ´inclusivos´ como a ustedes les gusta decir. Queremos dar la bienvenida a toda persona. Sin embargo, el Evangelio y la fe que ustedes nos entregaron nos dicen que hay algunos tipos de comportamiento y relaciones que no son bendecidas por Dios. Nuestro amor y nuestra bienvenida no serían verdaderos ni honestos si no permitimos que otros sepan qué ha conformado y dirigido nuestras vidas –de manera que, junto con la bienvenida, aún debemos desafiar a las personas a que cambien sus caminos. No vemos por qué el recibir amorosamente a personas homosexuales o lesbianas signifique bendecir, en nombre de la Iglesia, lo que hacen, o aceptarles para la ordenación ministerial sea cual fuere su estilo de vida. Nosotros buscamos amarles –y, lo aceptamos, no siempre hacemos un buen trabajo, pero no podemos decir, sencillamente, que no hay nada a desafiar. ¿No se parece esto al dilema de la Iglesia Primitiva –recibiendo a soldados y, al mismo tiempo, esforzándose porque dejen las armas?”

“Pero por favor, también recuerden que –mientras ustedes quizás digan que lo que hacen no tiene por qué afectarnos, realmente- sus decisiones hacen una vasta diferencia para nosotros. En este mundo de comunicación instantánea, nuestros vecinos saben lo que hacen, y nos ven como quienes comparten la responsabilidad. Imaginen lo que esto significa allí donde nuestros vecinos son Cristianos tradicionales apasionados – y lo que significa para nuestros propios miembros, quienes serán llevados a dejarnos por una iglesia más “segura”, más ortodoxa. Imaginen lo que significa cuando esos vecinos son no Cristianos, encantados de encontrar un palo con el que golpearnos. Imaginen lo que significa ser conocidos como la “iglesia gay” en un contexto donde algo así invoca verdadero desprecio y peligro.”


“No nos malinterpreten. No estamos buscando seguridad y confort. Algunos de nosotros sabemos muy bien lo que significa llevar la cruz. Pero cuando esa cruz nos es dada por nuestros hermanos y hermanas en la fe, entonces se vuelve algo más pesado y difícil de llevar. No se sorprendan si algunos de nosotros preferimos estar a cierta distancia de ustedes –o si damos nuestro apoyo a minorías que, en medio de ustedes, nos parece que están sufriendo.”

“Pero nosotros estamos aquí. Hemos tomado el riesgo de venir, porque muchos que piensan como nosotros sienten que los hemos traicionado por el mero hecho de venir a reunirnos con ustedes. Pero nosotros valoramos a nuestra Comunión, queremos entenderles y queremos que nos entiendan. ¿Será que ustedes pueden encontrar alguna forma de ser generosos, que nos ayude a creer que se preocupan por nosotros y por el lenguaje y la fe en común de la Iglesia? ¿Será que ustedes, para decirlo claramente, pueden dar un paso atrás y nos dejen pensar y rezar sobre estos temas sin que nos de la impresión de que el debate ha terminado y que nosotros hemos perdido, y que nada de eso les importa?

Y entonces, ¿qué podría esperar un creyente no tan tradicional que hayan escuchado los demás?

“Lo que tratamos de hacer en nuestro contexto es traer a la vida en la mente y en los corazones de las personas de nuestra cultura. Tratar de hablar el lenguaje de la cultura y relacionarnos honestamente con el lugar donde las personas están realmente, no tiene por qué ser una traición de las Escrituras y la tradición. Sabemos que estamos yendo mas allá de los límites pero, ¿acaso no es lo que algunos Cristianos siempre deben hacer? ¿No es la Biblia misma la que sugiere esto?"

"A menudo nos hiere, enoja y desconcierta la forma en que muchos otros en la Comunión nos mira y trata en estos días -como si fuésemos leprosos espirituales o traidores a cada aspecto de la fe cristiana. Sabemos que nadie es el mejor juez para su propio caso, pero nosotros vemos en la vida de nuestra iglesia al menos algunas marcas de los dones del Espíritu. Y parte de eso es reconocer los dones que hemos visto en creyentes de homosexuales y lesbianas. Ellos seguramente estén inclinados a sentir que el control que ustedes piden es una traición. Por favor, traten de darse cuenta por qué éste es un dilema para tantos de nosotros. Quizás ustedes no puedan verlo así, pero ellos aún corren riesgo en nuestras sociedades, aún son vulnerables a la violencia asesina. Y debemos decir a algunos de ustedes que anhelamos que ustedes puedan hablar de sus prójimos homosexuales y lesbianas en situaciones donde son sujetos a una terrible discriminación. Recuerden que ha habido Resoluciones de Lambeth a ese respecto."

"Buena parte del tiempo sentimos que nos han transformado en chivos expiatorios. Otras provincias tienen serios problemas morales o disciplinarios, o han conseguido negarse a admitir las realidades en su contexto. Pero aquellos de nosotros que hemos enfrentado los complejos temas que giran en torno a las relaciones homosexuales, en una forma que consideramos abierta y marcada por la oración, somos estigmatizados y demonizados."

"Por supuesto que no todos nosotros apoyamos o tomamos parte en las acciones que han causado tantos problemas. Algunos de nosotros nos mantenemos firmemente opuestos, muchos de nosotros queremos encontrar caminos para fortalecer nuestros vínculos con ustedes. Pero aún aquellos que no se alinean con la mayoría en las innovaciones, a menudo sentimos que la vida de la iglesia toda, una vida que es diversa y compleja, pero muchas veces profunda y creativamente fiel a Cristo y a las Escrituras, está siendo vista de forma equivocada e injusta por ustedes y algunos de sus amigos". "Queremos ser generosos, y nos hiere que algunos estén tirándonos a la cara tanto la experiencia como los recursos que deseamos compartir. ¿Pueden intentar vernos como hermanos y hermanas en la fe que se esfuerzan por proclamar el mismo Cristo, y ser pacientes con nosotros?"

Dos grupos de sentimientos y percepciones, dos llamados a la generosidad. Para el primer interlocutor, el precio de esa generosidad puede ser la acusación de dar concesiones: te han comprado, has sido engañado por conversaciones displicentes para tolerar principios que no son escriturales ni fidedignos. Para el segundo interlocutor, el costo de la generosidad puede ser la acusación de sacrificar las necesidades de un grupo oprimido por el bien de una unidad falsa o engañosa, sacrificando un precioso principio Anglicano por el bien de una peligrosa centralización. Pero es ahí donde está el reto. Si ambos pudiesen escuchar y responder con generosidad, quizás podríamos tener algo más parecido a una conversación de iguales –incluso algo que se parece más a la Iglesia.

En Dar-es-Salaam, los primados trataron de encontrar una manera de invitar a diferentes grupos a dar un paso adelante hacia el otro de forma simultánea. No ocurrió, y cada grupo se contentó con culpar al otro. Pero los últimos 18 meses no sugieren que este haya sido un buen resultado. ¿Será que esta Conferencia puede producir un reto de este tipo? ¿Podemos decirle al innovador: "No te aísles, no crees realidades que hacen que la invitación a debatir suene un poco vacía?". ¿Podemos decir al tradicionalista, "No inviertas todo en una iglesia de almas puras y de similares opiniones; trata de entender los temas pastorales y humanos y teológicos que son urgentes para aquellos a quienes te opones, aún si crees que están profundamente equivocados?

Yo creo que quizás sí podemos, si y sólo si somos capturados por la visión del verdadero Centro, el corazón de Dios, del cual brota el impulso de una generosidad eterna, que crea y sana y promete. Es esta generosidad la que sostiene nuestra misión y servicio en el nombre de nuestro Señor. Y es esta generosidad la que estamos llamados a mostrarnos unos a otros.

En este momento, a menudo parece como si nos amenazáramos de muerte unos a otros, y no ofreciéndonos vida. Lo que algunos ven como innovaciones confusas y temerarias, en algunas provicias se siente como un golpe muy duro a la integridad de la misión y un asunto de, literalmente, riesgo físico para los Cristianos. La reacción a esto es, a su vez, percibida como un juicio aniquilador sobre toda la iglesia local, socavando su legitimidad y ridiculizando su testimonio. Necesitamos hablar de vida unos con otros; y eso demanda cambio. Yo no he ocultado a nadie lo que pienso que ese cambio debe ser -un Pacto que reconozca la necesidad de crecer los unos hacia los otros (y también reconoce que no todos puedan elegir ese camino). Me resulta muy difícil, en este momento, ver otro camino por delante que evite una mayor desintegración. Pero cualquiera que sean sus puntos de vista en esto, al menos pregunten: "Después de haber escuchado a la otra persona, al otro grupo, tan plena y justamente como puedo, ¿qué iniciativa generosa puedo asumir para irrumpir dentro de una nueva y transformada relación de comunión en Cristo?"

Todas las fotos en este post (c) ACNS

Nota: esta es una traducción, realizada en nuestra Diócesis, del documento original en inglés, el cual puede ser obtenido en: http://www.anglicancommunion.org/acns/news.cfm/2008/7/29/ACNS4487