jueves, 24 de julio de 2008

Sermón dado por el Reverendo Duleep de Chickera, Obispo de Colombo (Sri Lanka) durante la Eucaristía en la Catedral de Canterbury, el Domingo 20

Esta mañana, estamos reunidos en esta impresionante, asombrosa, magnífica catedral como representantes de diversas naciones, diversas culturas, diversas lenguas. Y ciertamente como representantes de diversas denominaciones Cristianas y otras confesiones de fe.

Es este un momento gozoso y sagrado, y quisiera sugerir que hiciéramos una pausa en nuestra adoración para expresar nuestra gratitud a Dios por todos los que han sido responsables por ir conformando nuestra identidad Anglicana, por nutrir nuestra espiritualidad, y por colaborar en la formación de nuestra vida en común a lo largo de los siglos y en tantas partes del mundo.

En esta ocasión, el texto que tengo para nuestra reflexión corresponde al noveno verso del capítulo doce de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios, un texto familiar para todos nosotros: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad.”

Aquí, Pablo está tanto confesando como proclamando, la paradoja de la gracia en el Evangelio Cristiano. Es a medida que vamos reconociendo y admitiendo cada vez más nuestra vulnerabilidad en la travesía de nuestro discipulado en Cristo y con Cristo, que recibimos gracia para ser, y transformarnos en fieles discípulos. Y quiero que tengan presente este texto porque es la idea que sustentará nuestro pensamiento a lo largo de esta reflexión. El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad es lo que permite que el crecimiento en el discipulado Cristiano sea posible.

Hay dos realidades que nos rodean mientras nos reunimos como familia mundial de la Comunión Anglicana. Y quisiera que prestaran atención a ambas, sin las que nuestra conferencia y el camino que tenemos por delante perderán su sentido.

La primera es que el nuestro es un mundo roto y dividido. Se espera de los Obispos que traigan consigo, a la Conferencia de Lambeth, a sus diócesis; y aquellos Obispos cuyas diócesis se esfuerzan en ser fieles frente a los desafíos que este mundo de Dios nos presenta, inevitablemente traerán con ellas las luchas y el dolor, la injusticia, la maldad, la hostilidad que hombres y mujeres encuentran en el mundo de hoy. Es verdadero afirmar, por tanto, que Dios marca a la Iglesia una agenda desde la crisis del mundo. Así que, mis queridas hermanas y hermanos en Cristo, la Comunión Anglicana debe siempre dar la mayor prioridad a la invitación que Cristo nos hace a participar junto a Él en la transformación de este mundo de Dios. Traer sanidad, paz, justicia, reconciliación, vida abundante allí donde hay opresión, hostilidad, donde hay conflicto y división. Este concepto del mundo sufriente debe, a lo largo y después de esta conferencia, recibir la energía y espiritualidad de nuestra Iglesia. Ninguna otra prioridad puede competir por ese lugar. Dios nos ha llamado y ubicado en este mundo suyo para que podamos participar con Él en traer esta transformación.

La segunda realidad es la realidad de que somos una comunidad herida. Algunos de nosotros no están aquí, y eso es una indicación de que no todo está bien. Ciertamente la crisis es compleja. No es una crisis que pueda ser resuelta instantáneamente.

La travesía que tenemos por delante es ardua y larga. Un viaje que demandará nuestras oraciones, nuestra fidelidad, nuestra mutua confianza unos para con otros, y por supuesto, nuestra confianza en Dios, que hace posible la reconciliación.

Quisiera llevar vuestra atención a la parábola que se leyó en el Evangelio: las palabras del maestro fueron sabias palabras. Permitan que crezcan juntas.

No puede ni debe haber un “arrancar de raíz”, simplemente porque si intentamos jugar este juego de arrancar de raíz a los injustos, mis queridas hermanas y hermanos, ninguno de nosotros quedaría en pie. La sabiduría de estas palabras sugiere que debemos permanecer juntos porque venimos de una tierra en común, una tradición en común, una herencia en común. Somos lo que somos sin importar nuestras diferencias, a causa de nuestra vida en común y nuestros orígenes. La transformación se da en esta interacción y debe surgir desde dentro.

En Jafna, la región más al norte de la Diócesis de Colombo, una iglesia ha sido transformada en un centro para la paz y análisis de conflicto: Christ Church, Jafna. La iglesia ha sido renovada luego de varios períodos de bombardeo y metralla. Algo está emergiendo: un mandato, una agenda de paz y reconciliación en este lugar, pero hemos decidido que mantendremos las marcas y cicatrices de la guerra en las paredes de esta iglesia. La transformación viene desde dentro. Lo viejo se convierte gradualmente, mientras hombres y mujeres oran y hablan y dialogan, y hasta discrepan, pero constantemente traemos a la memoria que los discípulos de Jesús permanecen juntos, y viajan juntos.

Hay tres desafíos que quisiera dejar para nosotros mientras encaramos los objetivos de esta Conferencia de Lambeth: fortalecer nuestra identidad Anglicana, y posibilitar a los obispos para que sean líderes en la misión de Dios. Aquí van tres pensamientos que pueden contribuir tanto a la identidad como a la misión.

El primero es: nuestra comunión debe retornar a la disciplina y práctica del auto examen. Tenemos una rica tradición que sustenta esta disciplina: el retiro, el tiempo de calma, contemplación, meditación, consejeros espirituales, que realzan esta práctica y disciplina de hombres y mujeres que vienen a Dios en tranquilidad para evaluar y examinar sus vidas; la parábola de la viga y la paja. Cristo nos llama a no ser contemplativos con nosotros mismos y a considerarlo a Él como nuestra única medida y estándar. Así que nos detenemos y evaluamos nuestras vidas en relación a la completitud y abundancia de vida en Jesús. Y luego, cuando detectamos errores y defectos, trabajamos con el Espíritu para superar, para crecer, para llegar a ser hermosos y fieles a los ojos de Cristo. Recuerden, el estándar es siempre Cristo.

No es aquél obispo el que les está trayendo problemas. No es el otro archidiácono cuya teología siempre les irrita (y hay alguno así por allí). El auto análisis es posible en la travesía Cristiana mientras permanecemos desnudos ante Jesucristo.

El segundo desafío que quisiera dejarles, es uno que necesitamos resucitar y declarar una y otra vez, y es el desafío de la unidad en la diversidad. Mientras miro a mi alrededor y los veo, puedo apreciar esta hermosa unidad en la diversidad. Brevemente, cuando se administra el sacramento, labios de numerosos países, numerosas nacionalidades, numerosas culturas tocarán la misma copa. Estamos unidos a pesar del hecho de que somos diferentes, porque en Cristo somos iguales. Hay suficiente a nuestro alrededor si nadie es codicioso.

Aquí, mis queridas hermanas y hermanos, hay un atisbo de aquello a lo que la Iglesia está llamada a ser: una comunión inclusiva, donde haya espacio igualitario para todos y cada uno, sin importar el color, género, habilidad, orientación sexual. Unidad en la diversidad es una apreciada tradición Anglicana, una espiritualidad si prefieren, que debemos reforzar en toda humildad por el bien de Cristo y su Evangelio.

El tercer desafío que tengo para ustedes es el de la voz profética. Muchas veces la gente dice: “todo este hablar de la reconciliación no está completo hasta que no abordemos y tratemos la injusticia del mundo.” Así que la Comunión Anglicana debe articular esta voz profética sin importar en qué parte del mundo estemos sirviendo. Ahora, como muchos de ustedes deben ser conscientes, la voz profética tiene dos hebras, y es imperativo que estas hebras se mantengan juntas. La primera es que la voz profética es una voz por los que no tienen voz. Están aquellos que por razones políticas, culturales, económicas, militares, no puede hablar por sí mismos, o que si lo hacen, lo hacen a un riesgo muy alto. Así que la Comunión Anglicana debe hablar en su nombre, sea por la crisis en Sri Lanka, en Zimbabwe, Sudan, Afganistán o Irak.

A los que no tienen voz, se les debe dar voz a través del liderazgo de la Comunión Anglicana. La segunda hebra que va con una voz para los que no tienen voz, es el llamado a la responsabilidad de aquellos que abusan del poder: regímenes autoritarios que oprimen y reprimen a las personas. La voz profética realizará preguntas dolorosas y relevantes: “¿por qué?”, y a veces, “¿cómo te atreves?”

Otros dos comentarios acerca de la tradición profética; en cierto sentido, la voz profética es monótona. Se mantiene mientras el problema persista. Así que no se preocupen si no están diciendo nada nuevo. Incesante monotonía. Y la segunda característica es que no existe interés personal en la tradición profética. Hablamos por justicia y orden en el mundo de Dios, y hablamos por aquellos que no pueden hablar por sí mismos.

Quisiera concluir citando a uno de mis Arzobispos favoritos, el Arzobispo William Temple, quien una vez dijo: “La Iglesia es una institución que no vive para sí misma.” Mis queridas hermanas y hermanos, mientras nos vamos de este maravilloso retiro, a través de esta hermosa eucaristía, hacia la conferencia, aferrémonos a esta palabra. Porque aquí está el centro de la identidad Anglicana, y aquí está el centro de la espiritualidad Anglicana. No vivimos para nosotros mismos, y toda nuestra energía, todos nuestros dones están dirigidos para la vida abundante del otro.

Amen.

Nota: esta es una traducción, realizada en nuestra Diócesis, del documento original en inglés, el cual puede ser obtenido en:

http://www.lambethconference.org/daily/news.cfm/2008/7/20/ACNS4438